Tras unos preciosos días, dejamos atrás el gran lago Titicaca y nos dirigimos al ombligo del mundo , en quechua, Cusco.
Allí nos pudimos instalar en la preciosa casa de María, una de las chicas que vino conmigo al Perú, pero esta vez no coincidimos con ella.
Hay tanto que ver que se necesitan bastantes más días de los que teníamos, aún así nos hicimos una idea de lo hay y de lo que hubo en la ciudad.
Y una de esas cosas que hubo, fue el templo del Sol, el Qoricancha. Este era el templo más importante de la capital del Imperio Inca, sobre el que se construyó el convento de Santo Domingo. Del templo del Sol no se supo nada hasta el terremoto de 1950, en el que el convento se derrumbó y quedaron al descubierto algunas partes de este. Se dice que Cusco tiene una energía especial, pues si en algún sitio se siente es aquí.
A las afueras de la ciudad también hay mucho que ver. Baños ceremoniales, fortalezas, templos, etc., etc., etc.
Cada vez voy alucinando más con los sillares incas.
Pero desde luego, algo que no hay que perderse es el archiconocido Machu Picchu. Mucho más lejos de Cusco de lo que me imaginaba, por cierto.
Para empezar, el enclave es espectacular, está adentrándose en la ceja de selva, selva entre inmensas montañotas verdes y ríos de fuerza brutal. Para llegar a la antigua ciudad de Machu Picchu, antes hay que hacer una parada técnica en el horrible pueblo de Aguas caliente. Un pueblo, evidentemente hecho para los gringos y donde los precios son a la europea.
El día anterior a la visita se tiene que pasar aquí. Hay unos baños termales, pero los cientos de personas que van a visitar Machu Picchu están todos dentro de una piscina de 10m2. Nosotros nos fuimos a tomar cervezas.
Al día siguiente bien tempranito, sobre las 4 a.m., comienzas las colas para poder subir al Huayna Picchu, donde sólo 400 personas pudieron subir (nosotros no) a la montaña que está frente a Machu Picchu, finalmente nos alegramos de no haberlo conseguido.
A las 7 de la mañana ya estábamos dentro de la ciudad de la montaña vieja, que es lo que significa Machu Picchu, envuelta por una niebla que le dio más encanto aún. Esta niebla desaparecía y aparecía constantemente y a una velocidad increíble.
A esas horas, que aún no hay mucha gente, pudimos ver este precioso halcón observando el paisaje. Parecía un dios mirando todo aquello.
Esto me recordó a los decorados del Gabinete del Dr. Caligari! Es flipante como se adaptan las piedras y como la tallan.
La guía no engaña...
Y de despedida arcoiris, ¿qué más se puede pedir?. Lo disfrutamos como enanos, ¡es una cosa alucinante!.
Y volvimos a Cusco para celebrar el cambio de año. La fiesta es bastante loca. Todo el mundo se reúne en la Plaza de Armas. David y yo con nuestras doce uvas, ilusos pensando que escucharíamos las campanadas (que conste que una señora nos dijo que la campana mayor sonaba) tan contentos. Cuando comenzaron los petardos nos las comimos, suponemos que sobre las doce. Y es en este momento también cuando todo el mundo comienza a dar vueltas a la plaza, se deben dar tres, lo cual lleva alrededor de una hora, nosotros dimos una, jaja. ¡Y a beber!
El video es un fragmentillo de esa vuelta. La verdad que lo de los fuegos artificiales tirados por borrachos era un poco peligroso...
Al día siguiente rumbo a Lima. Y una vez allí, nos fuimos con Rafa, un amigo, a Punta hermosa, una playa al sur de Lima a ver el primer atardecer del año sobre el oceano.
Al día siguiente David se fue, muy a mi pesar, de vuelta a España. Y yo a Ayacucho a esperar, como a quien se le va el marido a la guerra, a que nos podamos reunir prontito.
No hay guerra que cien años dure!!!
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